Soy un enfermero especialista en geriatría que ejerce su profesión en una residencia de mayores. Quería comenzar esta entrada así porque es importante para mí destacarlo, además estoy muy orgulloso de ello. Habitualmente las enfermeras que trabajan en residencia se sienten la hermana pequeña de la enfermería o el patito feo del que nadie se acuerda. Dentro del propio ámbito enfermero suelen olvidarse de nosotros. Cuando se hace una publicidad o un vídeo sobre las enfermeras se muestran quirófanos, monitores, carros de paradas, un parto o una consulta, pero nunca se ve una residencia o algo que se le parezca, da igual que el autor del vídeo sea un periodista, un sindicato o un colegio de enfermería.

Al hilo del reconocimiento, recuerdo cuando llegaban de China las primeras noticias del coronavirus y se decía que era una enfermedad, generalmente leve, que afectaba de manera más agresiva a las personas mayores frágiles. Pensé “ahí viene”, igual que un surfista espera la ola de su vida y la divisa acercándose desde el horizonte. Ahora me parece una locura, pero en aquel momento de desinformaciones creía que era la ola que necesitábamos para lucirnos y demostrar nuestras mejores piruetas en forma de cuidados. Tenía la ilusión de que pudiéramos controlarlo y que la enfermería geriátrica fuera por fin reconocida, tanto en el ámbito social como en el ámbito enfermero.

Y la ola llegó. Llegó en forma de Tsunami arrasándolo todo a su paso. Las costuras de muchas residencias empezaron a romperse y el caos estaba servido. Eran momentos en los que había residencias que lo estaban controlando perfectamente y otras que estaban asoladas, pero había un denominador común: las enfermeras seguían ahí, pero ocultas. En los medios veíamos bomberos y militares desinfectando centros, coches fúnebres acudiendo a las residencias, familiares protestando, políticos arrojando soflamas y promesas vacías… pero ni una enfermera.

El debate giraba en torno a “medicalizar” las residencias, de si la atención primaria debía encargarse de este tipo de centros y otras soluciones, pero de nuevo sin hablar de las enfermeras de residencia y de lo importante que es la especialista en geriatría en este ámbito. No había político, colegio ni asociación que nos nombrara, impulsara o defendiera. Seguíamos en la sombra.

Vino la segunda y la tercera ola, menos letales para los centros residenciales que las anteriores, ahora había protocolos más desarrollados, mejor dotación de equipos de protección y gran parte de los residentes inmunizados por la infección anterior. Todo parecía estar más calmado. El verano y el otoño se fueron para dar entrada a un invierno con un regalo de Navidad anticipado: la vacuna. Una nueva oportunidad de visibilidad.

Los enfermeros y enfermeras de residencia estamos más que familiarizados con las vacunas, año tras año gestionamos y administramos la vacuna antigripal, también nos encargamos de otras como la antineumocócica o antitetánica. Algunos estábamos preparados para asumir este reto, por un lado, desde la tranquilidad de haber gestionado otras campañas de vacunación y por otro, orgullosos de ayudar a las personas que llevamos años cuidando, tampoco voy a ocultar que era una buena oportunidad para visibilizar nuestra labor. Sin embargo, también se nos obvió. En los planes de los distintos gobiernos no se ha tenido en cuenta a las enfermeras de residencia, posiblemente porque ni siquiera sabrán cuántas son ni dónde trabajan, pero han desaprovechado recursos existentes porque no saben ni que existen. Hay residencias, especialmente las grandes, con plantillas de 15, 20 y 25 enfermeras, a este tipo de centros quizá hubiera bastado con la entrega de las vacunas en lugar de enviar equipos de vacunación. Estos equipos podrían haber ido a residencias donde no hubiera enfermera o fueran insuficientes para la labor, del mismo modo podían haber enviado una enfermera a cada residencia para, junto con las enfermeras del centro, realizar la vacunación. Se hubieran ganado muchos días o semanas a la campaña, pero otra oportunidad perdida para el sistema, para las personas mayores y para nuestra especialidad.

Toda esta pesadilla de la Covid-19 pasará y con ella las noticias sobre las residencias. En las mentes y corazones de las enfermeras geriátricas quedará todo lo vivido. En mi caso, afortunadamente, no he vivido un brote en mi residencia pero sí estoy viviendo la escasez de visitas, la tristeza, las preguntas de los mayores que cuestan tanto responder, el correr de los días iguales y monótonos donde no se diferencian los meses ni las estaciones en la vida diaria, las plantas aisladas estrictamente porque algún compañero se había infectado, el uso continuo de la mascarilla sin poder sonreírle a un anciano durante meses, un camino muy largo y muy duro que aún no se ha terminado. Otras compañeras guardarán recuerdos más crudos todavía: una enfermedad que se propagaba en un pestañeo, personas mayores que estaban sanas por la mañana y por la noche fallecían con una disnea incontrolable, el miedo, la falta de material, las palpitaciones que sientes en el pecho cuando levantas el teléfono a las tres de la madrugada para llamar a una hija que lleva meses sin tocar a su madre para comunicarle que acaba de fallecer, los ojos llenos de miedo de esos mayores que llevas años cuidando y que conoces tan profundamente.

Quizá el reconocimiento no llegue nunca, no pido agradecimiento, pero sí exijo respeto y ser tratado por la profesión como cualquier enfermera de cualquier otro ámbito. Mientras tanto, perduran en nosotros huellas que no se borran, esfuerzos que nadie reconoce. Somos enfermeras y enfermeros que, a pesar de todo, mañana volveremos a ir a la residencia, nos calzaremos los zuecos y encararemos un nuevo día. Sabemos que el verdadero reconocimiento no está en los aplausos, está en la señora de la residencia que se acerca, te mira a los ojos que asoman por encima de la mascarilla y te dice “que bien que hoy te toca a ti”.

 

 


Autoría: Jonathan Caro. Editor responsable: Gorka Vallejo.

Artículo con revisión editorial. No existen conflictos de interés en relación al presente artículo. Las opiniones expresadas son responsabilidad exclusiva de los/las autores/as y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de los/las editores/as. Artículo bajo licencia de Creative Commons: Reconocimiento 4.0 Internacional.

Este documento debe citarse como: “Caro J. Enfermería geriátrica: estuvimos, estamos y estaremos [Internet]. Enfermería Activa del Siglo XXI: blog abierto; 1 de marzo de 2021. Disponible en: www.enfermeriaactiva.com”

 

Un comentario en «Enfermería geriátrica: estuvimos, estamos y estaremos»
  1. Una entrada extraordinaria, que revela el amor a la labor bien hecha y, sobre todo, a las personas que la reciben: mayores necesitados de ayuda y de afecto que han sido víctimas de la pandemia por partida doble. El velo con que se silencia ese trabajo no es sino reflejo del escaso interés que la sociedad presta a quienes se encuentran en la última etapa de la vida, un periodo tan poco apreciado como los profesionales que, de un modo u otro, se dedican a su cuidado. Enhorabuena, Jonathan.

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