En comparación con las personas mayores que viven en la comunidad, aquellas que viven en las residencias representan una población con mayores necesidades sociosanitarias y con alta prevalencia de dependencia en las actividades de la vida diaria, fragilidad, deterioro cognitivo, depresión, alta tasas de caídas, multimorbilidad y polimedicación (Bercovitz, Dwyer, Jones, & Strahan, 2009; Onder et al., 2012; Palese et al., 2016). Además, las personas mayores institucionalizadas tienden a ser físicamente más inactivas y pasan mucho más tiempo en actividades sedentarias (en reposo, sentados o tumbados) la mayor parte del día, en comparación al resto de la población (Harvey, Chastin, & Skelton, 2015; Reid et al., 2013). Los altos niveles de sedentarismo se relacionan con las enfermedades cardiovasculares, el síndrome metabólico, la obesidad y con cualquier causa de mortalidad (WHO, 2020). Además, en las personas mayores,  el sedentarismo y la escasa actividad física son los principales predictores de discapacidad funcional (Landi et al., 2010).

En los últimos años, brindar la mejor atención a esta población se ha convertido en un reto tanto para los servicios sociales como sanitarios a nivel mundial. En los últimos años, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha promovido el concepto de envejecimiento activo como pilar fundamental para lograr un envejecimiento saludable, exitoso, funcional y significativo (WHO, 2015). Para ello, tanto las recomendaciones publicadas en 2020 sobre actividad física y sedentarismo (Bull et al., 2020) como el plan “Década de envejecimiento saludable 2021-2030” (WHO, 2021), recomiendan la actividad física como herramienta para lograr los citados objetivos.

Los beneficios del ejercicio físico en personas mayores que viven en comunidad han sido ampliamente estudiados (Buford, Anton, Clark, Higgins, & Cooke, 2014; Giné-Garriga, Roqué-Fíguls, Coll-Planas, Sitjà-Rabert, & Salvà, 2014). Además de mejorar la movilidad y la condición física, el ejercicio físico ha demostrado también reducir la fragilidad y las caídas. En cambio, debido a su perfil más complejo, hay menos evidencia y resultados más heterogéneos en los efectos del ejercicio físico sobre las personas mayores que viven en residencias (de Souto Barreto et al., 2016). No obstante, los resultados son prometedores. En personas mayores institucionalizadas, el ejercicio físico, es decir, la actividad física que está planificada y estructurada para lograr objetivos específicos, ha demostrado tener efectos positivos. En concreto, el ejercicio físico multicomponente ha sido la modalidad de ejercicio que ha mostrado beneficios más claros en el citado grupo (Cadore, Rodríguez-Mañas, Sinclair, & Izquierdo, 2013; Crocker, Forster, et al., 2013). Este tipo de ejercicio físico, combina el ejercicio aeróbico con ejercicios de equilibrio y fuerza. La realización de ejercicio físico multicomponente de forma individualizada (es decir, ajustado a las características y condiciones de cada residente), progresiva y en una intensidad moderada, ha demostrado ser beneficioso en las dimensiones físicas y psicológicas de las personas mayores institucionalizadas. Entre los efectos de este tipo de ejercicio, se encuentran la mejora de la condición física (mejora de la fuerza, de la velocidad de la marcha y del equilibrio estático y dinámico, entre otros) y los índices de fragilidad (Arrieta et al., 2018, 2019). También se ha demostrado que mantiene la funcionalidad, retrasando la dependencia en las actividades básicas de la vida diaria (Crocker, Young, et al., 2013) y puede frenar el deterioro cognitivo (Arrieta et al., 2020; Erickson et al., 2019). Del mismo modo, se ha observado un descenso de los niveles de depresión relacionados con el ejercicio físico (de Souto Barreto, Demougeot, Pillard, Lapeyre-Mestre, & Rolland, 2015).

La enfermera, como agente fundamental para promocionar la salud y prevenir la enfermedad, toma un papel fundamental no solo para lograr los objetivos que propone el modelo de envejecimiento de la OMS, sino también para mejorar la calidad de vida de las personas mayores institucionalizadas. Entre los objetivos están el evitar las consecuencias del sedentarismo y el desarrollo de los síndromes geriátricos. Por consiguiente, dentro de la atención de enfermería, una adecuada valoración geriátrica integral y la promoción del ejercicio físico serán herramientas indispensables. Sin embargo, aunque el ejercicio físico forma parte del proceso enfermero asistencial, como en el resto de las funciones fundamentales de la enfermería, la presencia que tiene actualmente el ejercicio físico dentro de la enfermería todavía es escasa. Las tareas asistenciales de enfermería en las personas mayores institucionalizadas se centran más en los cuidados básicos, como pueden ser el cuidado de la piel, el control de la medicación o el control de las enfermedades crónicas. En cambio, la atención de enfermería al mantenimiento de la movilidad y el ejercicio físico, habitualmente quedan relegados a un segundo plano.

En personas mayores institucionalizadas, son habituales diagnósticos de enfermería tales como el deterioro de la movilidad física, el deterioro de la deambulación o el riesgo del síndrome de desuso, entre otros. Encontramos intervenciones de enfermería relacionadas con estos diagnósticos como la enseñanza del ejercicio prescrito, el fomento del ejercicio o la terapia de ejercicios (de equilibrio, de control muscular, etc.) las cuales son el reflejo de que el ejercicio físico también es parte del proceso de enfermería y cuidado sistemático del mayor institucionalizado.

Partiendo desde la función más asistencial donde se aplican estos diagnósticos, resultados e intervenciones, el ejercicio físico también tiene cabida en las otras tres funciones principales de la enfermería geriátrica. En la función docente formando a todos los agentes de las residencias (residentes, familias y equipos de atención directa) sobre los beneficios del ejercicio físico y promoviendo una filosofía de vida activa. En gestión, facilitando modelos de atención centrados en la funcionalidad y actividad física. Y, por último, investigando sobre los efectos del ejercicio físico en las diferentes dimensiones de la persona mayor, para poder individualizar y ofrecer los mejores cuidados basados en la evidencia.

La enfermería se ha considerado siempre una profesión dinámica y flexible capaz de adaptarse a las necesidades de la sociedad. Debido al envejecimiento poblacional y al aumento de la esperanza de vida, uno de los objetivos principales de la enfermería geriátrica será ayudar a lograr un envejecimiento saludable, fomentando y manteniendo la capacidad funcional que permitirá el bienestar en la vejez. Por lo tanto, fomentar la actividad física e integrarla en los planes de cuidados será la clave para lograrlo.

 

BIBLIOGRAFÍA

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Autoría: Itxaso Múgica y Miriam Urquiza. Editor responsable: Gorka Vallejo

Artículo con revisión editorial. No existen conflictos de interés en relación al presente artículo. Las opiniones expresadas son responsabilidad exclusiva de los/las autores/as y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de los/las editores/as. Artículo bajo licencia de Creative Commons: Reconocimiento 4.0 Internacional.

Este documento debe citarse como: “Múgica I, Urquiza M. Envejecimiento saludable y enfermería. El ejercicio físico como herramienta de promoción de la salud en las personas mayores que viven en residencias [Internet]. Enfermería Activa del Siglo XXI: blog abierto; 18 de abril de 2022. Disponible en: www.enfermeriaactiva.com”

 

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