La Enfermería es, paradójicamente, la disciplina más antigua y más joven al mismo tiempo. Probablemente, el arte del cuidar sea el más antiguo de la Historia porque en la lucha por la supervivencia siempre ha existido una figura que ha cuidado de los niños, de los enfermos o de los inválidos. Pero como profesión es una ciencia joven que hasta hace escasamente poco más de un siglo no se ha cultivado en escuelas de formación específica. De hecho, su llegada a la Universidad en nuestro país ha tenido lugar en el pasado reciente: entre los años 1977 y 1980 egresaban de los hospitales las últimas promociones de ATS y, a la vez, las primeras de Enfermeras diplomadas formadas en las universidades.

El acceso a la Universidad de las Enfermeras supuso un importante hito histórico en su desarrollo profesional, pero el sistema de entonces limitaba el progreso académico, al impedir el acceso directo a las enseñanzas de doctorado. Y no será hasta el año 2008, con la entrada en vigor en España del Plan Bolonia (por el que se creó el Espacio Europeo de Educación Superior) cuando los planes de estudios universitarios que distinguían a diplomados y licenciados se unificaron para crear los grados, con lo que la Enfermería pasó a convertirse en una carrera de 4 años y 240 créditos, equiparándose al resto de antiguas licenciaturas y abriéndose la vía de acceso al máximo desarrollo académico. En el 2011 se titularon las primeras promociones de Grado en Enfermería y en los años siguientes comenzaron a imponerse los primeros birretes a doctoras puramente enfermeras.

Este año (2020), en España, 132 facultades (85 de ellas de carácter público) han ofrecido en su programación académica los estudios universitarios de Grado en Enfermería, que se posiciona entre las 5 carreras con más demanda entre los estudiantes. Esta atracción posiblemente se encuentre en estrecha relación con las interesantes posibilidades de proyección profesional de las enfermeras actuales, cuyo nicho laboral ya no se circunscribe única y exclusivamente al ámbito asistencial, sino que ha copado espacios en gestión, en docencia y en investigación. Además, el paulatino e imparable desarrollo de las especialidades comienza a configurar unos perfiles profesionales altamente cualificados, sin menoscabo de la aparición de nuevas figuras y competencias acordes a la demanda y a las necesidades del Siglo XXI.

Bajo este prisma, la Enfermería se constituye como una disciplina autónoma con un corpus propio de conocimiento que emana de la aplicación del método científico. Aunque conservemos la esencia holística y humanística, la enfermería empírica decimonónica se distancia mucho de la visión racionalista de las profesionales del año 2020. Pero, la velocidad del impulso que la Enfermería ha recibido en las últimas décadas tal vez haya provocado que, de forma paralela, la imagen social de nuestra disciplina no se haya proyectado en la sociedad con la misma intensidad. Y es que, a pesar de ser la profesión sanitaria mejor valorada por la ciudadanía, gozamos de un reconocimiento social y profesional que todavía no es acorde a nuestra capacidad. De hecho, aún es tristemente habitual ser requeridas bajo denominaciones anacrónicas: practicantes, ATS o DUE son terminologías obsoletas que no identifican a nuestra profesión actual. Somos Enfermeras. Con todas sus letras. Con todas sus competencias. Con todas sus consecuencias.

Durante las siguientes semanas se incorporará a las aulas de la Universidad una nueva promoción de futuros profesionales de la Enfermería. Jóvenes activos, con talento y con vocación que se convertirán en la sangre nueva de nuestra disciplina. En ellos y ellas depositamos la confianza para que en un futuro próximo se conviertan en el germen que catalice y consolide la imagen social y profesional que la Enfermería, por justicia, se merece.

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